Todo estudiante tiene su propio truco para memorizar. Crear reglas mnemotécnicas es uno de los más extendidos. Dividir los números en pequeños grupos ayuda a recordar las cifras más largas. O poner ritmo a un concepto, como el soniquete cantarín con el que hemos aprendido las tablas de multiplicar. Algunas teorías pedagógicas proponen hacer esquemas y diagramas para reforzar el conocimiento.
La industria farmacéutica trabaja también en tratamientos para mejorar la memoria y facilitar el aprendizaje en enfermedades tan comunes como el alzhéimer o el síndrome X frágil, un raro trastorno que se asocia a retraso mental y a comportamiento autista. Hay quien también ve en estos fármacos, la vía para conseguir una medicamento con el que mejorar el rendimiento intelectual de personas sanas. La pastilla que nos permita memorizar diez folios en media hora aún está lejos.
De momento, las investigaciones en neurociencia y el mejor conocimiento del cerebro pueden ayudar a decidir cuál es la mejor estrategia para salir airoso de un examen. En víspera de los exámenes de febrero, la prestigiosa revista científica «Science» ha publicado dos investigaciones que ofrecen nuevas pistas para elegir la mejor estrategia de estudio y aliviar el estrés.
Uno de ellos propone algo tan sencillo como coger un folio en blanco y dedicar unos minutos antes del examen a escribir sobre lo que nos preocupa. Este ejercicio libera el capital intelectual necesario para completar la prueba con éxito, según la conclusión de un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago. Varias pruebas con voluntarios demostraron que el grupo que descargaba sus emociones en el papel obtenía mejores resultados en pruebas matemáticas y en exámenes con estudiantes de Biología. La mejoría no era muy llamativa —apenas un 5%— aunque en todos los casos las notas más altas se registraron entre los estudiantes-escritores.
Otro dato importante, es que esta «terapia» solo funciona cuando se siente ansiedad. Los estudiantes con un temple de acero serán los que menos partido le saquen a este truco. No es la primera vez que se demuestra que trabajar bajo presión consume la memoria operativa o activa del cerebro. Este tipo de memoria funciona como una especie de bloc de notas o chuleta mental que nos permite trabajar con un apoyo siempre a mano. Cuando las preocupaciones se acumulan, se pierde la agilidad mental necesaria para atender nuestros miedos y nos bloqueamos. La psicóloga Sian Beilock, autora de la investigación, define este problema como la «asfixia» de trabajar bajo presión.
Y no es una circunstancia única de estudiantes. Profesionales con talento obtienen resultados por debajo de su capacidad cuando se enfrentan a situaciones de estrés o deben enfrentarse a una reunión importante. En estos casos, la escritura también puede ser terapéutica. Para recordar lo estudiado, el cerebro recurre a la memoria a largo plazo, lo más parecido al disco duro de un ordenador. Y, en concreto, a la memoria declarativa. En ella se graban los datos, el significado de las palabras, números o los recuerdos de los acontecimientos.
Para hacerlo entran en funcionamiento distintas regiones y estructuras del cerebro. La corteza cerebral primero debe hacer el esfuerzo de incorporar lo aprendido. Después es el el hipocampo el que se encarga de consolidarlo, con la ayuda de otras zonas de la corteza prefrontal medial y de una pequeña estructura llamada amígdala implicada también en las emociones. El penúltimo paso consiste en almacenar la información y, finalmente, el cerebro actúa para recuperar la información y comunicarla.
Un músculo para ejercitar ¿Cómo se puede conseguir que este complejo proceso sea ágil? La respuesta no es sencilla y hay muchas fórmulas. «Debemos ver el cerebro como un músculo que requiere entrenamiento. Está en continuo proceso de remodelación y cuanto más lo ejercitemos, más posibilidades tiene de rendir», opina Carmen Cavada, presidenta de la Sociedad Española de Neurociencia. Uno de esos ejercicios de entrenamiento se acaba de publicar en la revista «Science», y aunque suene a viejo. La conclusión es que los exámenes, en sí mismos, son una de las mejores fórmulas de aprendizaje, dicen los investigadores de la Universidad de Purdue, en Estados Unidos.
No hay nada más impopular que un examen y a sus miles de detractores puede interesar saber que las pruebas de conocimiento no solo evalúan nuestro saber si no que lo mejoran. No hace falta llegar al aula para comprobarlo. Los psicólogos estadounidenses proponen que los alumnos hagan test antes de enfrentarse al examen que les va a puntuar. Así se consolida lo aprendido. «Los exámenes no son solo una prueba para saber lo que una persona sabe. Son un ejercicio que refuerza el aprendizaje y el almacenamiento de la información», explica la profesora Cavada. La investigación no solo se limitó a comprobar el valor de los test. También comparó la utilidad de este ejercicio con otro método muy recomendado por los profesores: la utilización de esquemas y diagramas, muy visuales, para grabar nuevos conceptos en la memoria.
Los resultados apoyaron los exámenes. Los estudiantes que leyeron un pasaje de un texto y se les pidió que intentaran repetir lo que habían leído. Una semana más tarde habían retenido hasta un 50% más de información que los que habían recurrido a otros ejercicios, como estudiar de forma repetitiva el material (memorización simple) o se dedicaron a elaborar esquemas y a relacionar ideas. Lo curioso es que la mayoría de los estudiantes esperaban aprender más con esos esquemas que con la autoevaluación. Sin esfuerzo no se aprende
Otra fórmula para mejorar el rendimiento es el sueño. Pasar una noche en vela preparando un examen es uno de los errores más extendidos. El problema no es solo el cansancio. En la fase REM, cuando se producen los sueños más intensos, es cuando se produce una mayor actividad para consolidar la memoria. Incluso las siestas ayudan a reforzar el aprendizaje. De lo que no hay duda es que no hay trucos ni estratagemas que suplan el estudio y el esfuerzo. «Estoy convencida de que detrás de los resultados brillantes de los estudiantes asiáticos está su mayor espíritu de sacrificio y su trabajo», opina la presidenta de la Sociedad Española de Neurociencia. Carmen Cavada, también catedrática en la Universidad Autónoma responsabiliza al profesor. «No se puede aprender sin esfuerzo y tampoco sin motivación. Un profesor que motiva cosecha siempre mejores resultados».
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